Poner límites a nuestros hijos es cuidarlos bien. Parte I

La falta de unos límites establecidos tanto en los niños como en los jóvenes es a la vez que una amenaza, una realidad que va creciendo día a día. Unos padres que jamás han puesto límites o que no lo han hecho a tiempo, generarán un hijo que casi con total seguridad cuando crezca tendrá problemas para interaccionar con el mundo real. Poner límites a nuestros hijos es cuidarlos bien. Parte I

Educación de ayer y de hoy

Muchos son los especialistas que aseguran que una experiencia vivida de los progenitores puede influir de una manera muy notable a la hora de educar a sus hijos. Hace poco tiempo la disciplina era mucho más restrictiva y exigente que en la actualidad y por eso muchos padres, quizá por temor a que sus hijos no puedan reproducir lo vivido por ellos, ejercen una educación donde todo está permitido.

Pero es muy importante que estos padres lleguen a comprenden que el hecho de poner ciertos límites a sus hijos, no tiene nada que ver con el autoritarismo, sino con autoridad y que un abandono de estas tácticas autoritarias no debe dar pie a una permisividad que puede llegar a ser contraproducente tanto para los padres como para los hijos.

Los adultos en cualquier caso tienen la misión de favorecer el correcto desarrollo emocional de sus hijos, de ayudarlos en su crecimiento social y personal y este rol debe ser cumplido desde una posición de “autoridad”.

Un límite en las actuaciones es el primer paso que unos padres pueden ofrecer en la vida de un hijo así como su primer organizador. Poner y dar límites es también enseñar a nuestros hijos a que aprendan a saber que todo no puede ser aquí y ahora y a esperar. Que en la vida hay cosas que se pueden y otras que no se pueden tener o hacer.

¿Por qué es tan difícil poner unos límites?

Muchas veces es porque no tenemos la suficiente fuerza para enfrentarnos a nuestros propios hijos o porque muy a menudo  somos demasiados complacientes con ellos para compensarlos por el poco tiempo que les dedicamos. La autoestima de los padres también juega un papel importante puesto que cuando no estamos pasando por nuestro mejor momento, intentamos ser aceptados por los hijos de cualquier manera.

El no poner unos límites a nuestros hijos llega a moldear a un niño que nunca tendrá suficiente, que cada vez exige más y que tolera menos las negativas, creciendo de esta manera con una nula o muy escasa tolerancia ante la frustración.  

Frases típicas como “ya no sé que hacer con él”, “estoy cansada, hace lo quiere siempre”, “monta un escándalo a la mínima”, son frases escuchadas demasiado a menudo en las consultas de los especialistas y que no deberían de repetirse tanto para el beneficio de los padres, como por supuesto para el de los propios niños.