Cada niño tiene una innata curiosidad para aprender nuevas cosas y es una labor de sus padres alimentar dicha motivación para que nunca se rindan ante cualquier obstáculo que se encuentren y puedan alcanzar todos sus sueños.
Valorar sus esfuerzos es un estímulo innegable
La motivación es una fuerza motriz que impulsa a todas las personas a llevar a cabo una acción con interés. Es una poderosa cualidad puesto que es capaz de mantener, de determinar y de orientar una conducta. En psicología se distinguen dos tipos de motivaciones: la intrínseca y la extrínseca. La primera es la encargada de incentivar a alguien a realizar cualquier acción por motivos internos, es decir, por el simple placer de hacerla, como por ejemplo jugar con los amigos, echar una partida de ajedrez, etc. Y es que la sensación de bienestar y de superación personal que se produce al haber alcanzado un objetivo, es lo que origina dicha motivación. Por otro lado, en la motivación extrínseca, la motivación procede del exterior, es decir, se lleva a cabo una acción no solamente por el mero placer de realizarla, sino por conseguir el reconocimiento de alguien del entorno, como pueden ser los padres, los amigos, los profesores, etc.
Los niños, al igual que los adultos, se sienten más motivados cuando existe un incentivo, como por ejemplo un regalo o un premio. Pero al contrario de lo que se puede creer, la motivación más grande para ellos no es dicha recompensa como tal, sino la valoración de sus padres o educadores. Como padres, hay que cultivar la cultura del reconocimiento a todos sus esfuerzos, y no la del premio. Si se les está premiando por todo lo que hacen, aprenderán a motivarse solamente cuando consigan algo a cambio, y esto dejará de satisfacerles con el tiempo.
Consejos prácticos
Acostúmbrate a destacar, tan a menudo como sea necesario, sus habilidades y sus virtudes para que consigan más confianza en sí mismos. Si ellos se ven capaces de realizar algo, su motivación intrínseca recibirá un enorme impulso.
Hay que fijarles objetivos que sean realizables, es decir, ni muy sencillos ni demasiado difíciles, y enseñarles a que se marquen unas metas que sean alcanzables y concretas. Si uno de su desafío no es demasiado realista, conseguirán desmotivarse y se acabarán rindiéndose, lo que puede llegar a afectar a su autoestima.
Hay que enseñarles a dividir sus objetivos en etapas pequeñas, así aunque el objetivo final quede lejano, su motivación se irá renovando con cada uno de sus pequeños logros.
No hay que establecer metas como referencia a sus amigos, hermanos, etc., sino teniendo en cuenta las virtudes y posibilidades de cada uno de ellos.
Cuando se enfrenten a una pequeña dificultad, no hay que ayudarles ni permitir que abandonen a la primera de cambio. Un niño que se encuentra capaz de superar aquellos obstáculos que se va encontrando en su camino, será un niño motivado.
La perseverancia, el esfuerzo, la pasión y la constancia, son unos valores que siempre se deben inculcar a un niño. Sus padres van a ser su mejor referencia, así que hay que predicar con el ejemplo.
Valora su esfuerzo siempre. Esto significa que no hay que felicitarles solamente cuando el resultado conseguido no sea el que ellos deseaban, sino también cuando lo han intentado y han puesto todo de su parte para conseguir que las cosas les salgan bien.