Cómo combatir la pereza en los niños

A todos nos gustaría tener una receta mágica que combatiese la pereza, no sólo en los niños sino en los adultos, es fundamental esquivarla si queremos una madurez plena como personas.

Los niños generalmente son algo perezosillos, les cuesta hacer sus deberes a la primera, les supone esfuerzo dejar las cosas en su sitio, les da pereza bañarse o vestirse. No es algo raro porque es algo contra lo que tendremos que luchar siempre, incluso cuando somos adultos. Lo que pasa es que cuando somos mayores sabemos disfrazar la pereza con otras excusas más sofisticadas y la gente no se da cuenta, pero nosotros en el fondo sabemos que el motivo de no haber hecho eso o de haber llegado tarde es la pereza.

Como siempre tendremos este enemigo y seguir sus sugerencias nos puede traer de cabeza, debemos esforzarnos por descubrir sus manifestaciones y en concreto fomentar la virtud que contrarresta este defecto. En concreto nos referimos a la diligencia, que consiste en no dejar las cosas para después o mañana. Quien retrasa sus obligaciones casi nunca llega a cumplirlas.

Debemos hacer a nuestros hijos personas diligentes y cumplidoras. Llevar sus tareas y encargos al día será uno de los mejores modos de cultivar esta virtud. Hacer las cosas cuando se les dice, en ese preciso momento sin retrasos, ni dilaciones. Generalmente, todos lo hemos experimentado cuando dejamos las cosas para más tarde se nos suelen olvidar y sin mala voluntad las dejamos incumplidas. Por eso el que cumple diligentemente además de que suele rendirle más el tiempo, no suele olvidar sus deberes.

Diligencia viene de diligo que significa amar. Por eso cumplir diligentemente en realidad se identifica con amar, cuando hacemos algo rápidamente es porque nos interesa, lo queremos y eso nos lleva a hacerlo del mejor modo.

Por eso hemos de estar atentos a que nuestros hijos no hagan las cosas de mala gana, o para quitárselas. Ya no sería diligentemente sino con una cierta pesadez y apatía. Depende mucho en cómo se lo planteemos y en que motivaciones les pongamos, y también cómo les recompensemos con una sonrisa o un comentario de aprobación, no es necesario nada más ya que en la vida no suele haber otro tipo de motivaciones en nuestro trabajo.

La pereza es mala consejera y mala compañera, nuestros hijos no pueden detectar en nosotros actitudes de dejadez o desidia para hacer las cosas en casa, o percibir que puede haber retrasos voluntarios en nuestro trabajo. Tampoco cuando nos piden algo que no nos levantamos a buscárselo, o a dárselo o que no ayudamos a nuestro marido o a nuestra mujer pudiendo hacerlo, y no siendo el esfuerzo para tanto. Esas cosas hacen que nuestras órdenes pierdan fuerza y que no tengamos tanto ascendiente sobre ellos. La autoridad moral sobre los hijos se gana con nuestras actuaciones, en las que ellas perciben el valor de nuestras convicciones. No pensemos que no se dan cuenta de las cosas, ellos son nuestros permanentes examinadores y en la prueba de cada día sacan sus conclusiones sobre cómo somos, y eso depende de cómo actuamos y como salimos vencedores de las pruebas que la vida nos pone a diario.