Epilepsia. Parte II

Informar al niño de una forma progresiva sobre la importancia de su enfermedad y de la medicación que debe de tomar, es una de las claves para conseguir que viva con normalidad esta etapa de su vida Epilepsia. Parte II Clasificación de la crisis de epilepsia

Existen muchos tipos de crisis epilépticas caracterizadas todas ellas por un estado espamódico durante un tiempo continuado. En la crisis conocida como de «gran mal» hay un acceso de convulsiones que pueden llegar a revestir gravedad. Suele empezar con un grito, seguido de una brusca pérdida de conocimiento y acompañado de una tensión muscular muy rígida al igual que de un aumento del ritmo cardíaco e incluso de una insuficiencia respiratoria y que pueden conducir a un estado comatoso. Esta fase conocida como tónica, suele durar menos de un mintuo.

Pasado este episodio le sigue la llamada fase tónica con sacudidas frecuentes de brazos y piernas hasta llegar a desaparecer y que apenas dura dos minutos. Durante este período de tiempo se puede llegar a presentar incontinencia urinaria y fecal. Tras pasar el ataque es frecuente la aparición de un sueño profundo donde no se recuerda nada de lo ocurrido al despertase. El peligro principal de este tipo de crisis es que los espasmos pueden hacer daño a la persona al morderse la lengua o la boca o incluso llegar a lesionarse la cabeza.

Las crisis calificadas como «pequeño mal» se caracterizan por la ausencia de funciones típicas como mantener la mirada fija y vacía, pararse si se estaba caminando o incluso dejar de hablar en el momento que se estaba manteniendo una conversación. Muchas veces es tan breve que no se suele tener conciencia más tarde de lo que ha pasado.

Actitud de la familia ante un niño epiléptico

En general los niños epilépticos presentan mayor grado de inquietud y de agresividad que cualquier otro, pues se mueven más, tienen más dificultades en la escuela para atender de una forma correcta y su comportamiento suele ser más desordenado, pero también se da la situación contraria, es decir, niños mucho más tranquilos que el resto de sus compañeros, más apáticos y muchos más lentos de lo normal en cualquier aspecto cotidiano.

Ante esta situación los padres pueden reaccionar de dos maneras completamente opuestas: con una sobreprotección ante el niño o con un rechazo hacia él. Un adecuado tratamiento de tipo farmacológico, siempre bajo la supervisión de un neurólogo, pueden conseguir que el niño no vuelva a padecer estas crisis para llevar una vida completamente normal. Una vez conseguido ésto, los padres deben tratar al niño con completa naturalidad, pues cualquier consideración que conduzca al niño a pensar que es un inválido, será algo negativo para la formación de su personalidad y de su educación.