Educación afectiva

Los niños necesitan expresar su afectividad de diferentes formas: sonrisa, miradas, llanto o gritos, resultan manifestaciones de su estado de ánimo. Los padres deben responder a estos mensajes, trasladando alegría y afecto. Educación afectiva

Un bebé necesita estar acompañado y no ser privado del desarrollo de su afectividad. Éste desarrollo comienza con la primera interacción entre madre e hijo, momento muy importante en el que se desenvuelve la relación de apego, observable claramente a partir de los seis meses de edad.

Este sentimiento de apego, principalmente hacia la madre, tiene varios efectos que resultan positivos para el bebé, principalmente en la relación con su entorno. Al principio, los bebés no se centran de forma exclusiva en sus madres, ya que interactúan con cualquiera que les preste atención. Los bebés, sin embargo, reconocen quien les cuida y se preparan para un escenario posterior en la relación de apego con su cuidador.

Desde sus primeros días, ya son capaces de diferenciar sus emociones. Por su parte, las madres diferencian matices como la felicidad, la tristeza, el interés, el dolor o el miedo.  El cerebro de un bebé, trabaja siempre y percibe, contínuamente desde su nacimiento, sensaciones nuevas para él. Cualquier cosa que reciba por parte de sus cuidadores y de su entorno, influirá en su carácter y también en su desarrollo afectivo. Se le debe rodear de estados de ánimo positivos, alegres, cálidos y felices, desmostándole el afecto con abrazos, caricias y besos; hablándole en susurros y con palabras afectivas; cantándole melodías tranquilizadoras… También es importante manifestarle el entusiasmo y la felicidad por estar con él, proporcionándole bienestar.

Es importante recordar que, desde que nace, el niño se expresa a través del llanto y más tarde aparece la sonrisa, normalmente a partir del cuarto mes. Se debe de estar atento para captar los mensajes y y facilitar la aparición de sonrisas con caricias, piropos y mimos, es recomendable hacerle reir a carcajadas, con cosquillas o balbuceos.

Lo natural, es que el bebé esté alegre. A todos los niños les hace felices gritar y reír. La persona que lo cuida representa para él seguridad y confianza, por lo que el vínculo o apego, se refuerza hasta los dos años de edad. Estar cerca de su cuidador, reduce sus miedos e inquietudes.

 

Hacia los diez meses, el bebé, ya es capaz no sólo de recordar a una persona, sino que la buscará si no la encuentra o no la tiene al alcance de la vista. Además, adquiere la capacidad de moverse, de manera limitada, por sí mismo, pudiendo gatear. Este hecho, es fundamental en el apego, ya que ahora no sólo puede llorar para llamar la atención de su cuidador, sino que puede desplazarse gateando hasta el mismo.

 

Hasta ahora, el rol de “bebé-cuidador” se desarrolla principalmente con la madre. No es hasta el segundo semestre, cuando participa también el padre.

 

Para completar la afectividad, es necesario fomentar una relación triangular con su padre y su madre.